10 de abril de 2005

Enero es un mes...

Enero es un mes que se acomoda en la estrecha frontera que separa la placidez de la monotonía, es un mes, por lo tanto ambiguo, equidistante del estruendoso crujir de los celofanes en diciembre, cuando tantas cosas simulan comenzar de nuevo y pocas comienzan de verdad. Y de la blancura irreprochable de Diciembre ese mes traidor que se instala en el invierno en el supuesto corazón del otoño.

En enero hace mas frió que calor, o peor aun a veces hace frió y a veces unos ratos hace frió y calor en el mismo día, pero esa condición de la incertidumbre que es el desasosiego que no limita a la temperatura, ni al indeciso color del cielo. Tiene que ver con la repentina pasividad de unas horas que se hacen eternas porque no parecen pertenecer a nada ni a nadie.

Hasta los mas perezosos o los mas astutos, esos que culminan sin aparente esfuerzo la proeza de viajar por el mundo sin facturar equipaje, volver a casa, a la imperturbable rutina del trabajo, supone un desafió directo, frontal.

Hasta los que tienen que llenar la despensa, abrir las cartas del banco, recoger los mensajes de la contestadota, abandonarse a ese paradójico y purísimo impulso masoquista que se abre paso desde lo mas hondo de la conciencia para obligarnos inmediatamente a ordenar los libros, los discos o los armarios y cambiar todos los muebles de sitio cuando las maletas ya están vacías y la lavadora en marcha. Como si la única solución para eliminar el cansancio fuera cansarse más. Como si volver a casa fuera, después de algunos días de vacaciones, implicar asumir el saldo de una larga lista de deudas con la realidad.

Satisfecho o no, lo cierto es que la realidad, ese horizonte compacto y neutro que nos contiene, dejándonos creer que de vez en cuando es al revés, para que no desesperemos antes de tiempo. Reina sobre el mes de enero, durante Diciembre se ha ido quitando, uno por uno, todos los velos: las existencias en el refrigerador, la campaña de orden y limpieza, las citas con esos pocos amigos a los que se les hecha tanto de menos que parece imposible que haya pasado un mes desde la ultima vez que los vimos por ultima ocasión.

La infinidad de los pequeños trámites relacionados con el regreso de los niños a la escuela, el primer fascículo o entrega se haya acertado a escoger entre las infinitas posibilidades que se desparraman los puestos de periódico y hasta las ofertas de las tiendas que venden ropa de invierno, mientras todavía hace calor, a un precio teóricamente inferior al que alcanzara cuando comience a hacer falta.

Quien mas y quien menos ha cumplido ya, a estas alturas, todas las etapas de un proceso que resulta agotador, pero capaz al mismo tiempo de llenar la agenda mental de cada día con una multitud de pequeñas, y solo relativamente postergables, obligaciones, así pasa Diciembre. Un mes que parece cruel para todos y es, sin embargo, compasivo con todas las personas que no son felices.

Hace ya años que lo descubrí, enero con su apacible envoltorio amarillento, matizada lentitud de sus atardeceres, su color de fotografía antigua, su prestigio templado y razonable. Es el mes más feroz, el enemigo porque es el verdadero hogar de la realidad, casa por cuyos pasillos le gusta caminar desnudo, es un tiempo sin pretextos, sin misiones, sin excusas, tan limpio y terrible como un espejo.

En el se mira esa chica tan joven con la cual me cruzo en la calle y que parece mayor, porque se aburre y los ancianos que se sientan a tomar el sol en un banco y siempre son los mismos, y hoy abultan menos, sin embargo veo señoras mayores con cara de haber visto partir esta misma mañana al ultimo de sus hijos y a hombres y mujeres de todas las edades con el aspecto de dejar de fumar y sin embargo, diciembre esta lejos nuevamente.

Mientras suenan en la calle bocinas de cualquier otro mes del año, porque hasta algunos coches se soportan difícilmente así mismos cuando no tienen otra cosa que hacer que esperar a que cambie la luz de los semáforos.

Cruzo con una vieja que sale del mercado cargando sus bolsas llenas de verdura y me fijo en su sonrisa inmaculada, tan pura, tan plena, como una pirueta de trapecista que vuela en el aire.

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