10 de abril de 2005

La Inseguridad

El terrorista sabe lo que casi todos nos negamos a aceptar, a ver: que las cosas en apariencia mas firmes en realidad son las mas frágiles, y la que la normalidad es siempre un espejismo, el resultado de un equilibrio tan inestable que cualquier agresión hace romperlo al igual que un hachazo o el golpe de una sierra mecánica que puede cortar en segundos un árbol que tardo un siglo en crecer, igual que la vida humana puede ser eliminada no mucho mas esfuerzo del que hace falta para apagar una vela.

En otras épocas, la crueldad implicaba un cierto riesgo para quien se complacía en ejercerla: ahora gracias a la tecnología, el crimen se ha abaratado con la con la fabricación de objetos de plástico y lo que Hanna Arendet, hablando de la burocracia nazi Eichmann llamo la banalidad del mal, es un lugar común de los noticiarios, hasta de la vida política.

Con unos cuantos sobres y sellos con una sustancia venenosa en polvo, con un máximo de tranquilidad 1 o 2 personas pueden sembrar el pánico y la muerte en una ciudad de millones de habitantes, en un país entero.. Para nosotros los mexicanos la banalidad del mal, la fragilidad de la vida diaria, son lecciones sombrías que hemos aprendido con el paso de los años, precisamente en el tiempo en que el sistema democrático parecía prometer un orden fluido y respirable en el mundo.

En estados unidos, el miedo la asechanza real del desastre, son novedades a la que la gente no sabe acostumbrarse, que provocan una especie de paranoia y estupor, lo que les ocurre a los demás a una cierta distancia al otro lado de las fronteras nunca tiene demasiada importancia y el terrorismo se beneficia siempre de la ventaja misteriosa. De merecer cierta simpatía o consideración romántica en quienes lo contemplan distraídamente y de lejos, sin peligro de sufrir los efectos. En estados unidos, los terroristas irlandeses han recaudado capitales cuantiosos qué alimentaban la maquina de matar y las leyendas de rebeldía heroica de unos cuantos matones.

Hay mentes débiles, generalmente acomodadas y con hábitos apacibles, que se excitan singularmente de admiración ante la estampa de unos sujetos armados, sobre todo si se adornan con capuchas o tocados exóticos, si se les imagina encaramados en laderas agrestes por una verdad más tajante y mas clara que las incertidumbres o las rutinas de la normalidad democrática. Hay personas que revientan de ira cuando la democracia comete un error, cuando alguna de sus instituciones ampara el abuso o encubre el crimen. Y sin embargo, esas mismas personas pueden considerar inexplicable, y hasta meritorio la negación de los derechos humanos, la inexistencia de cualquier rastro de libertad personal en un país que resulte adecuadamente legendario, ajeno a las vulgaridades y las hipocresías de occidente

Tal vez la conciencia de la fragilidad de lo que damos todo por supuesto sirva para que todos comprendamos su valor, la diferencia entre la ley y el crimen, la lealtad vigilante que merece el edificio siempre inseguro de las libertades. Mientras veo la televisión estadounidense las noticias sobre las cartas envenenadas con esporas de ántrax. El terrorista sabe lo poco que cuesta desbaratar la vida entera de una ciudad, la densa trama del mecanismo y voluntades que la mantienen en marcha. El terrorista tiene quien lo justifica, quien dice no justificarlo, pero explica sus actos, quien hila tan delgado puede distinguir a los terroristas de los buenos y los malos, o a los que son mas humanos, como mas de casa, porque en vez de a varios miles de personas matan a una por una, artesanalmente, en el calor familiar de la aldea.
En los años 80, el gobierno de los estados unidos de América llamaba luchadores por la libertad a los mismos fanáticos que ahora quisieran perseguir por los barrancos lunares de Afganistán. También nosotros sabemos amargamente, lo fácil que es manipular nombres, envenenar palabras, y volverlas tan toxicas, tan letales como el polvo de los sobres anónimos que llegan cualquier día a la redacción de un periódico, como carta que alguien abre y les estalla en las manos y lo deja manco o ciego. La única mercancía de verdad global va siendo el miedo.

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